🌍 Click here to translate this chapter into your language.
La noche era perfecta. Demasiado perfecta.
La lluvia caía despacio sobre los cristales. Las luces tenues. Su olor. Su voz baja. Todo me empujaba a perderme en él.
Estábamos en la cama. Ropa ligera. Caricias que empezaban a recorrer pieles conocidas pero aún con fronteras. El calor entre nosotros era real. Y la mirada de Ian… también.
No era lujuria. Era ternura. Era ese tipo de deseo que no arde, sino que envuelve.
Pero cuando sus labios rozaron los míos con más profundidad, cuando su mano bajó suavemente por mi espalda, algo dentro de mí se tensó.
No era miedo. No del todo. Era esa vieja voz que decía: “Tienes que compensarlo, tienes que agradecerle que se quede, que te cuide, que te ame. Dale eso. Eso es lo que esperan.”
Mis ojos se llenaron de lágrimas sin quererlo.
Me aparté.
—Lo siento —dije—. Yo… no puedo. Aún no.
Él no se movió. No suspiró con frustración. No me miró como si le hubiera roto algo.
Solo asintió, sin soltarme.
—Gracias por decírmelo.
—Sé que parece que a veces sí quiero… y es confuso. A mí también me lo es. Pero… no quiero hacerlo porque creo que así te voy a alegrar. Ni porque me sienta en deuda.
Sus dedos limpiaron mis mejillas.
—Tú no me debes nada, Kaela. El amor no se gana ni se entrega así. Yo no estoy contigo por lo que puedas darme. Estoy contigo porque cuando respiro contigo cerca… el mundo pesa menos.
Y rompí. Rompí en llanto. Porque nunca nadie había dicho eso. Porque durante años creí que el amor era dar, ceder, ofrecer algo para no ser abandonada.
—A veces… creo que mi deseo no es mío. Que viene de la costumbre de usar mi cuerpo como forma de compensar lo que no podía dar emocionalmente.
—Entonces aprenderemos a desear desde el alma, no desde el vacío —susurró.
Esa noche, dormimos abrazados. Solo eso. Y fue más íntimo que cualquier otra cosa.
Y en medio de la oscuridad, Ian me habló, con esa voz que solo usaba cuando el pasado pesaba.
—¿Sabías que mis padres murieron cuando yo tenía doce?
—No… no me lo contaste nunca.
—Un accidente. O eso dijeron. Pero años después, descubrí que estaban investigando a una organización secreta ligada a experimentos con portadores del Espejo. Intentaban protegerme. Y los silenciaron.
Me giré hacia él.
—Mis padres también murieron de forma extraña. Dijeron que fue un incendio. Pero nunca creí esa historia.
—Porque no fue un accidente.
—¿Crees que… fueron ellos?
Él no respondió al principio. Solo me miró con los ojos llenos de esa tristeza tranquila que se instala en quienes han visto demasiadas verdades.
—Creo que nuestros destinos fueron marcados mucho antes de que naciéramos. Y que nuestros padres… pagaron por intentar cambiar eso.
—¿Y si no solo somos elegidos? ¿Y si también somos vengadores?
Ian cerró los ojos, apoyó su frente en la mía y susurró:
—Entonces prometámonos algo. Que cuando estemos listos… será por amor. No por miedo. Ni por culpa. Ni por dolor.
—Prometido —dije, tocando su pecho donde sentía latir su propio Espejo.
Y aunque no hicimos el amor esa noche…
nos elegimos.
Que, a veces, es mucho más poderoso.
Continuará…

Comentarios
Publicar un comentario