📖 Capítulo 30 – Final: El beso que esperó vidas enteras

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 El portal crujía como un espejo resquebrajándose desde dentro.

Kaela lo observó con el corazón acelerado.
Era distinto al anterior. Más… familiar.

—¿Estás segura? —preguntó Ian, ahora sin bata, con su ropa real, con el brillo de su alma latiendo en los ojos.

—Sí. Siento que es el nuestro. El verdadero.

Él le tendió la mano.

—Entonces vamos a casa.

Cruzaron.

Y cuando abrieron los ojos, ya no eran adolescentes atrapados entre dimensiones.

Eran ellos.

Kaela y Ian.

Adultos.
De 32 años.
Con mochilas emocionales, cuentas de correo por abrir… y una vida que parecía de otra persona.

Estaban en su mundo.

El real.

La ciudad seguía ahí.
El tráfico. Los buzones. Las calles que conocían.

El mismo mundo… pero distinto.
Porque ahora, ellos habían despertado.

Su edificio se mantenía en pie.
El ascensor aún tardaba como siempre.
Y su piso… su piso olía a libros cerrados y a polvo de sueños viejos.

Cuando Kaela abrió la puerta, se quedó quieta.

Todo estaba igual.
El mismo sofá.
La taza de té que no había fregado.
La planta medio muerta junto a la ventana.
Pero algo en el aire era nuevo.

—Mi casa… —susurró.

Ian entró detrás con una pequeña sonrisa.

—No está mal. Aunque el WiFi da pena.

Ella lo miró por encima del hombro.

—¿Qué esperabas? ¿Una mansión?

—Bueno… yo sí tengo una. Pero esta tiene tu olor.

—Ian…

—Vale, vale. Me callo.

Soltaron las mochilas. Ella se quedó quieta, como si esperara a que el mundo le cayera encima de golpe.

—Tengo que explicar muchas cosas. A mi jefa. A mis amigas. A mi madre…

—Puedes decir que fuiste a un retiro espiritual sin señal.

—Sí. Uno interdimensional.

—O puedes no decir nada. Nadie entendería lo que viviste. Solo yo. Y Moos.

—¿Moos?

Justo entonces, algo pequeño salió corriendo desde la habitación del fondo.

Un bultito blanco con manchas negras, orejas caídas y ojitos tan vivos que parecía saberlo todo.

—¿Qué… es esto?

El cachorro tropezó un poco, resbalando en el parquet, hasta chocar suavemente contra sus tobillos.

—Te presento a Moos —dijo Ian, con cara de niño orgulloso—. Es especial. Lo traje del otro mundo.

—¿Especial cómo?

—Puede oler emociones. Y probablemente sepa más de nosotros que nosotros mismos.

Kaela se agachó. El cachorro le lamió los dedos con un chillido feliz.

—Hola, pequeño. Eres mi bebé ahora.

Ian rió mientras la observaba abrazar al animalito.

—Si quieres otro bebé, solo tienes que pedírmelo.

—¡IAN!

—¿Qué? Solo digo que tengo buena genética.

Ella lo miró con una mezcla de vergüenza, amor y ganas de lanzarle un cojín.

—Estás fatal.

—¿Y tú me quieres igual?

—Muchísimo.

Se hizo un silencio cálido.

Ella lo miró. Él la miró.

Y esta vez… no hubo dudas.

Ni miedo.

Ni control mental.

Ni recuerdos rotos.

Solo ellos dos.
Aquí.
Ahora.

Kaela se acercó.

Él la rodeó con los brazos.

Y por fin…

el beso.


Lento.
Íntimo.
Real.
Un beso que esperó vidas enteras.

Moos ladró feliz y se acurrucó junto a sus pies.

Cuando se separaron, con las frentes juntas, Ian susurró:

—Gracias por volver.


Kaela le sonrió.

—Gracias por encontrarme.

La luz del amanecer entraba por el balcón.
Y entre el silencio de la ciudad que empezaba a despertar, se oyeron tres cosas:

Un corazón latiendo.
Una respiración profunda.
Y un cachorro roncando suavemente.

Así comenzaba su nueva vida.

Continuara...


Fin del Libro I: Grito Ahogado 

PRONTO : "Libro II – Los ecos del Espejo" 😉❤💫💜

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