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Sia no sabía cómo había llegado hasta allí.
Solo corrió.
Guiada por una coordenada que no existía en ningún mapa. Por una voz que no venía de fuera.
Corría por un bosque húmedo. Por un camino olvidado. Por una carretera que parecía dibujada por la memoria.
Y al fondo…
Un edificio blanco, casi flotante. Sin ventanas. Con puertas de cristal que no se abrían.
Una institución que parecía abandonada. Pero no lo estaba.
—Él está ahí —susurró.
El Espejo en su pecho vibraba como nunca.
La energía dentro de ella se arremolinaba, guiada por algo más fuerte que la lógica: la conexión.
Aiden.
Su verdadero Aiden.
Kaela.
Su verdadero nombre.
Y una verdad que había dormido demasiado tiempo.
Entró como si conociera el sitio. La estructura parecía cambiada… pero no extraña. Como si una parte de ella ya hubiera estado allí antes.
Las luces del pasillo parpadeaban.
El aire estaba cargado de electricidad.
Y al fondo… un susurro.
—Sia…
No era una voz física. Era mental. Como un latido. Como un recuerdo susurrando entre dimensiones.
Empujó una puerta metálica.
Y ahí estaba.
Aiden.
Vestido con una bata blanca. Sentado en una silla de metal, sujeto por correas en los brazos y en los tobillos.
Pálido. Ojeroso. Pero vivo.
Y en cuanto la vio, sus ojos se llenaron de una mezcla entre sorpresa, alivio y algo más profundo. Algo antiguo.
—Kaela… —susurró.
Ella se paralizó.
Ese nombre. En esa voz.
Sus recuerdos estallaron.
Las otras vidas. El amor. El sacrificio. El perro. El guardián. Ian.
Todo.
—Te encontré —dijo ella, con lágrimas cayendo sin permiso.
—Lo sabía… Lo sabía desde el columpio.
Ella corrió hacia él y rompió las correas con una ráfaga de luz. Él se desplomó en sus brazos.
—¿Te han hecho daño?
—No más que antes. Pero necesitaba mantenerte lejos.
—Lo intentaron. Usaron una copia de ti. Te juro que casi… casi me convencen.
Aiden la tomó de la mano.
—Pero no lo hicieron. Porque tú… tú no eres cualquier alma.
—Tampoco tú.
Hubo un silencio. Denso. Cargado de todo lo que no se habían dicho. De todas las vidas en las que se habían perdido.
Y entonces, sin planearlo, sin pensar…
Sia apoyó su frente en la de él.
Sus auras se fusionaron.
La habitación se iluminó en azul.
Una conexión invisible se tejió entre ellos.
—Eres tú —dijo ella—. El perro. El guardián. El idiota que ronca. El que me llama “princesa del llanto” cuando me cabreo.
—Y tú eres la chica que escribe canciones sin letra. La que no sabe besar… aún. La que siempre me salva, aunque no lo sepa.
Ambos sonrieron, temblando.
Pero el momento se rompió.
Un estruendo sacudió la estructura.
Una alarma.
Maika lo sabía.
Estaban demasiado cerca.
—Tenemos que salir —dijo Aiden, incorporándose con dificultad.
—No te dejaré aquí.
—No podrías aunque quisieras.
Sia lo sostuvo del brazo.
Y por primera vez… lo sintió entero.
Él estaba ahí. No solo su cuerpo. Su alma.
Y ella también.
—Vamos a casa —dijo él.
—¿A cuál? —preguntó Sia.
—A la que tú decidas.
Y juntos salieron al pasillo.
Las luces estallaban a su paso.
Los muros temblaban.
Y el mundo…
comenzaba a girar a su favor.

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