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El mar seguía allí.
Lo había visto en otras vidas, en otros mundos…
Pero no así.
No con esa calma real.
No con su corazón latiendo tranquilo, por primera vez.
Kaela se sentó en el porche de la casa con vistas al océano.
Tenía una taza de café entre las manos, las piernas cubiertas con una manta fina y a Moos dormido a sus pies.
A su lado, Ian leía. En silencio.
Su presencia era como un abrigo invisible: cálido, constante, poderoso sin imponerse.
Habían pasado semanas desde que regresaron.
Desde que los monstruos del otro mundo se desvanecieron…
Y sin embargo, algo en el viento aún susurraba que no todo había terminado.
Kaela lo sabía.
Ian también.
Pero por ahora, se permitían estar ahí.
Vivos.
Juntos.
Sin más máscaras.
La calma era nueva para ella.
La sensación de no tener que huir, ni fingir, ni defenderse.
Y con esa calma… venían otras cosas.
Deseos.
Cuerpos que aprendían a tocarse sin miedo.
Miradas que ardían aunque no dijeran nada.
Kaela se descubría distinta cada día.
Menos rígida.
Más curiosa.
Más… ella.
Y aunque no lo admitiera, la forma en la que Ian la miraba cuando pensaba que no lo veía, le encendía algo en el pecho.
No era solo amor.
Era hambre de amor.
Pero esta vez, sin culpa.
Continuara...

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