Capítulo 11 – La verdad en los ojos del tiempo

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—Shigaz_Activo —leyó Ian en voz baja, con una mezcla de tensión y resignación.

Yo seguía intentando procesar todo. Mis recuerdos vibraban como cuerdas tensas, a punto de romperse o de hacer música. Y entonces, la señora —esa otra yo, esa figura que parecía más guía que sombra— se giró hacia mí con una mirada que era fuego y calma al mismo tiempo.

—Es hora —dijo, acercándose.

Me tocó la frente con dos dedos y sentí un estallido silencioso en mi mente. Como si una compuerta invisible se hubiera abierto, los recuerdos empezaron a desbordarse. No solo los míos, sino los de ella. O mejor dicho... los nuestros.

Caí de rodillas, pero no de dolor. Era demasiado. Imágenes de mi infancia, fragmentos de otras vidas, miradas desde la distancia, momentos en los que creí estar sola y no lo estaba. Ella había estado ahí. Siempre. Vi su rostro reflejado en un espejo la primera vez que soñé con el Shigaz. Escuché su voz entre los árboles aquella vez que me perdí en el bosque con cinco años. Supe entonces la verdad:

—Eres yo… —dije, mirándola—. Una versión de mí que lo recordó todo antes.

Ella asintió suavemente. Se agachó frente a mí y me abrazó. Sentí que algo se integraba dentro de mí, una energía que llevaba demasiado tiempo dividida.

—Mi nombre… —susurré, y entonces lo supe—. Me llamo Kaela.

Ian me miró, sorprendido y con una sonrisa ladeada.

—Kaela… —repitió con esa voz suya que me ponía nerviosa y tranquila al mismo tiempo—. Por fin puedo llamarte algo que no sea solo tigresa. Aunque reconozco que te queda bien.

—¿Te parece el momento para bromas? —dije entre lágrimas, aún abrazando a la señora, que ahora parecía más joven, más parecida a mí.

—Es que… ahora que lo pienso —dijo, frotándose la nuca con fingida inocencia—, esas pantallas no solo mostraban tus sueños… también mostraban algunos momentos bastante... privados, digamos.

Le lancé una mirada incrédula.

—¿Qué?

—Bueno —respondió levantando las manos como si se rindiera—, al menos ahora sé que te gusta morderte el labio cuando estás... concentrada.

—¡Ian!

—¿Qué? ¡Yo no estaba mirando! Fueron las pantallas. ¡Las pantallas lo muestran todo! ¡Yo solo pasaba por ahí!

Me tapé la cara de pura vergüenza mientras él soltaba una carcajada sincera. La señora —yo— sonrió, divertida, mientras su silueta comenzaba a desvanecerse, como si hubiera cumplido su propósito.

—Ahora que has recordado tu nombre, tu historia… el Portal está completo —dijo ella, mientras su figura se fundía conmigo en una explosión de luz azulada.

Sentí que algo en mi interior hacía clic. Ya no había vacío. Ya no me faltaba una parte. Estaba entera.

Ian se acercó, esta vez sin bromas. Me sostuvo el rostro entre sus manos, como si tuviera miedo de que me deshiciera de nuevo.

—Estás completa —susurró—. Ahora empieza la verdadera batalla.

Asentí. Las pantallas comenzaron a cambiar. Una nueva palabra apareció en todas ellas.

Convergencia Inminente.

El aire vibraba. Todo lo que había sido sombra se preparaba para dar paso a la luz.

Pero antes de salir de la sala, Ian se giró hacia mí con una sonrisa pícara más.

—Aunque si alguna vez quieres que revise otra vez esas pantallas... solo para asegurarme de que todo esté en orden… ya sabes dónde encontrarme, tigresa.

Rodé los ojos. Pero no pude evitar reír. Porque incluso en medio del caos… él era mi ancla.

Y yo, por fin, era yo.

Continuará…

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