🌍 Click here to translate this chapter into your language.
![]() |
| imagen generado por IA |
La comida terminó sin explosiones. Ni físicas ni emocionales. Un milagro.
Mi tía Carmen se fue creyendo que Ian era “el tipo que me trae el pan por las mañanas”. Y no mentía. Al menos esta mañana… me lo había traído. Desnudo y con una sonrisa de esas que deberían ser ilegales.
Cuando se cerró la puerta detrás de ella, exhalé el aire que llevaba atrapado desde hacía una hora.
—Eres un genio —le dije—. Y un descarado.
—Es parte del encanto. ¿Quieres que vuelva a traerte pan mañana?
—Depende. ¿También vendrá sin camiseta?
Me miró de reojo, dejando los platos en el fregadero.
—Solo si me invitas a quedarme esta noche.
—¿Y si te digo que no?
—Te lo recordaré en sueños. —Se acercó—. Y en la ducha. Y en ese sofá donde casi me besaste ayer.
—Casi no, Ian. No me hagas quedar como la que no tiene autocontrol.
—Kaela… tú no tienes autocontrol. —Su voz bajó el tono—. Y es lo que más me gusta de ti.
Me giré hacia él, con las manos apoyadas en la encimera. Estaba demasiado cerca. Lo suficiente como para notar cómo su respiración alteraba la mía.
—Ian… —empecé a decir, pero sus dedos ya estaban en mi cintura, lentos, firmes.
—Escúchame —murmuró—. Hay algo que he querido decirte, pero no podía… hasta ahora.
—¿Qué?
—Ese vacío que sientes cuando me miras. Esa parte de mí que no logras recordar… no fue tu culpa.
—Entonces… ¿de quién?
—De ti y de mí. A la vez. Nos amamos tan fuerte en otra vida que decidimos romper el lazo antes de que el Espejo se abriera.
—¿El Espejo?
—Una parte de ti que sólo se activa cuando sientes amor verdadero. Un poder ancestral que conecta mundos… y almas.
Mi cuerpo temblaba, pero no por miedo. Era como si sus palabras despertaran algo en mi interior, algo profundo, animal… y al mismo tiempo sagrado.
—¿Y si quiero recordarlo? —susurré.
Él apoyó la frente contra la mía, y el calor de su piel se fundió con el mío.
—Entonces tendrás que dejar de temer lo que puedes llegar a ser… conmigo.
Sus labios rozaron los míos. No fue un beso aún. Fue un aviso. Una advertencia dulce y peligrosa. Como el borde de un precipicio que suplica ser saltado.
Y saltamos.
Me besó con esa mezcla perfecta de deseo y memoria. Como si su boca reclamara un lugar que había sido suyo antes. Mis manos se aferraron a su camisa mientras su cuerpo me acorralaba contra la encimera. Todo era calor. Pulsos que se cruzaban. Piel que ardía sin fuego.
Su boca bajó por mi cuello. Mi respiración se rompía entre murmullos que ni yo entendía. Pero cuando sus labios llegaron a la clavícula, algo se activó.
Un destello.
Justo en el centro de mi pecho.
Brillante. Azul. Vivo.
Ian se detuvo. Me miró. Y sonrió, con una mezcla de ternura y deseo contenido.
—El Espejo… se está abriendo —susurró.
Y yo supe que tenía razón.
Porque ese brillo… era mío. Pero también suyo.
Y si seguíamos… no habría vuelta atrás.
Pero, por primera vez, no quería volver atrás.
Continuará…

Comentarios
Publicar un comentario