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No sé exactamente cómo ocurrió.
Un momento estaba en sus brazos, sintiendo que el mundo por fin tenía sentido…
Y al siguiente, nada.
Oscuridad. Frío. Ruido. Voces.
Una luz.
Un desgarro.
Y luego... silencio.
Me llamo Sia Lenore, tengo 18 años recién cumplidos y, según internet, soy la artista más misteriosa del momento. Mis canciones suenan por todas partes, pero nadie conoce mi rostro. Nadie me ha visto nunca subir a un escenario.
Fui descubierta cantando en la red, usando solo mi voz y una imagen distorsionada. Nadie sabe quién soy. Nadie… excepto yo. Y ni siquiera eso es del todo cierto.
Porque hay una parte de mí que no recuerdo.
A veces tengo sueños con un chico de ojos claros que me susurra algo entre lágrimas. Otras, me despierto llorando por razones que no comprendo. Mis padres creen que estoy loca. Lo gritan cada noche mientras se rompen a sí mismos con palabras que también me cortan a mí. Me llaman problema. Carga. Obstáculo.
Pero cuando canto… desaparezco.
Y entonces ocurrió.
Él se llama Aiden Vell, tiene la sonrisa perfecta, el cuerpo de un atleta y la actitud de quien sabe que el mundo lo desea. Siempre ha sido popular, rodeado de chicas que le siguen como si llevara perfume de deseo.
Nunca me ha hablado.
Nunca… hasta hoy.
—¿Sia?
Lo miré desde mi pupitre. Él estaba en la puerta del aula, con las manos en los bolsillos y los ojos... distintos. No eran los de siempre. Había algo más. Algo profundo. Antiguo. Dolido.
—¿Tú sabes mi nombre? —pregunté, bajando el volumen de mis auriculares.
Él sonrió, algo incómodo.
—Claro que sí. Solo que… nunca se dio la oportunidad de hablar.
—¿Y ahora sí? ¿Por qué? —dije, con frialdad. Me costaba. Porque en secreto, llevaba años soñando que un día él me mirara. Pero ahora que lo hacía… dolía.
—Quería... saludarte.
—¿Eso es todo?
Él pareció debatirse internamente. Como si luchara contra sí mismo.
—Por ahora, sí.
Me giré, confundida y alerta. Estaba acostumbrada a que la gente quisiera algo de mí. Normalmente, no sabían que yo era Sia, la cantante anónima. Pero esta vez… él sabía algo. Y no sabía qué era.
Aquella noche, como muchas otras, los gritos empezaron de nuevo.
—Eres una decepción.
—Ni siquiera sabemos en qué gastas el dinero.
—No traes nada a esta familia.
Y después, el golpe.
Corrí. Me escapé sin abrigo, solo con mis auriculares. La voz en mi cabeza me susurraba: corre, corre, corre…
Llegué al parque, sola, sentándome en el columpio más alejado. Lloré en silencio, con el cuello cubierto por las mangas de mi sudadera. La vergüenza me quemaba.
—Sia.
La voz me sobresaltó.
Era él.
Aiden. Pero su tono no era el de siempre. Era suave. Contenido. Como si… me conociera desde antes.
—¿Qué haces aquí? —susurré, sin levantar la vista.
—Te seguí.
—¿Qué? ¿Estás loco?
—Vi por la ventana. Vi cómo te gritaban. Cómo te empujaron.
No respondí. Me quedé congelada.
—No quiero tu lástima.
—No es lástima —dijo—. Es rabia. Es tristeza. Es… algo más. Algo que no entiendo del todo.
Finalmente levanté la vista.
—¿Quién eres en realidad?
Él se agachó frente a mí, con los ojos llenos de algo familiar que no lograba descifrar.
—Solo alguien que... prometió no perderte, aunque eso significara buscarte en otros mundos.
Y no entendí nada.
Pero al mismo tiempo… entendí todo.
Porque en lo más profundo de mi pecho, algo parpadeó. Una luz. Azul. Pequeña. Silenciosa.
Como si mi alma dijera:
“Lo conozco. A él. Lo conozco desde siempre.”
Continuará…

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