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[Antes del beso]
El pasillo estaba casi vacío.
Aiden miraba su móvil, pero no estaba leyendo. Solo fingía. Sentía que las paredes del instituto se cerraban lentamente sobre él.
Un mensaje en la pantalla bastó:
“Sabemos que has contactado con la Portadora. Si no quieres que le pase nada, retoma tu papel. Vuelve a ser el idiota. Despístanos. O la encontraremos.”
Ian se quedó helado.
Habían llegado. En este mundo también.
Ellos.
—No… —susurró, apretando los dientes—. No esta vez.
Había fallado en protegerla antes. Había tardado en encontrarla, en reconocerla en ese cuerpo nuevo, tan joven, tan frágil…
Y ahora la tenía otra vez. Pero no podía acercarse.
No sin ponerla en peligro.
Maika apareció en ese momento. Como si supiera.
—¿Qué harás, Aiden? ¿La vas a dejar morir? ¿O vas a jugar a ser el príncipe roto como siempre?
Ian cerró los ojos. Tragó el asco. El dolor. El amor.
—Está bien. Solo… hazlo rápido.
—Encantada.
Y entonces, lo besó.
Y él no se apartó.
Porque si fingía que Sia no le importaba, tal vez… sobreviviría.
[Presente – Día siguiente]
Sia no fue al instituto.
Ni al estudio.
Ni a ninguna parte.
Se encerró en su habitación, con los cascos puestos, repitiendo la misma canción instrumental en bucle. Una que había compuesto sin letra. Una que decía todo lo que no sabía decir.
Confianza.
Curiosidad.
Corazón.
Ahora todo eso estaba en el suelo, hecho trizas.
Quiso escribir, pero no pudo.
Pensó en Aiden. En Ian. O quien fuera.
Pensó en el beso.
En Maika.
En el asco.
Y en lo peor: la decepción.
La pequeña esperanza que había empezado a crecer… se había apagado.
Por las noches, se escuchaban los golpes de la casa como truenos.
Ese día en particular, su padre había bebido demasiado.
—¿Dónde está el dinero, mocosa? ¿Lo escondes, verdad?
—Es mío. Me lo he ganado cantando.
—¿Y para qué? ¿Para largarte y dejar a tu madre sola? ¡Eres una niñata egoísta!
El puño impactó contra la mesa, pero ella se apartó justo a tiempo.
Corrió a su habitación, cerró la puerta con llave, y desde el rincón más oscuro… sacó su caja.
Era pequeña. Roja.
Allí guardaba el poco dinero que había conseguido ahorrar vendiendo pistas, componiendo letras para otros, dando clases de canto en línea con un pseudónimo.
No era mucho. Pero era libertad en potencia.
Estaba cansada de soñar con escapar.
Ahora lo necesitaba.
Pero tenía miedo.
Miedo de irse y estar completamente sola.
Miedo de que alguien descubriera quién era.
Miedo de que el único que la había hecho sentir segura… la hubiera usado también.
Y sin embargo, aún pensaba en él.
Maldita sea.
[Aiden]
Él también la pensaba.
Cada segundo.
Cada noche.
Cada parte de su cuerpo deseaba correr hacia ella, gritarle toda la verdad.
Decirle que nunca fue una farsa. Que el beso fue una trampa. Que fingió solo para protegerla.
Pero no podía.
No aún.
Sabía que ella era virgen en este mundo.
Sabía que le había gustado desde antes de recordarlo.
Sabía que todo esto, toda esta mezcla de amor, dolor y deseo contenido… era demasiado para ella.
Así que solo observaba.
Desde lejos.
Como la primera vez. Cuando ella era una niña y él, un guardián silenciado por el tiempo.
Solo que ahora…
ella no lo sabía.
Y eso lo destrozaba.
Continuará…


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