Capítulo 8 – El rostro del lobo

🌍 Click here to translate this chapter into your language.

 



La noche había caído del todo. El murmullo de la ciudad apenas llegaba hasta nosotros. En la habitación apenas quedaba luz más allá del leve parpadeo de una lámpara tenue. Yo seguía sentada en el borde de la cama, aún con el nudo en el pecho tras haberme derrumbado. Lobo no se había movido de mi lado. La señora —esa parte de mí tan sabia y tan rota a la vez— seguía sentada, observando con ese aire de saber exactamente lo que iba a pasar.

—Te has enfrentado a tanto… —dijo él con voz suave—. Y sigues aquí, con esa fuerza que ni tú sabías que tenías.

Yo le miré. Me estaba acostumbrando a sus ojos. Aunque no pudiera verlos del todo, podía sentirlos. Y en ese instante, supe lo que iba a hacer.

—Quiero verte. De verdad. Quiero saber quién eres.

Lobo se quedó en silencio. Su respiración se volvió más lenta. Era como si esa petición hubiera abierto una puerta que él había mantenido sellada durante demasiado tiempo.

Se quitó el antifaz.

Fue un momento eterno. Su rostro era... hermoso. Pero no por su simetría o sus rasgos marcados, sino porque en él había algo que reconocía, algo que me hablaba de mí misma. De nuestras vidas, de nuestras heridas, de nuestros silencios. Sus ojos eran claros. Transparentes. Dolidos. Humanos.

—Este soy yo —susurró—. Y te juro que he cruzado siglos buscándote.

No pude evitar acercarme. Le toqué el rostro con suavidad, como si temiera que se deshiciera ante mí. Y algo se removió dentro de mí, una emoción que no podía explicar.

—Ahora entiendo por qué siempre tuve esa sensación —dije—. De estar esperando a alguien que nunca llegaba. Porque eras tú. Pero no sabía tu cara, solo tu alma.

—Y tú me buscabas mientras yo... yo rogaba por recordarte —contestó él, bajando la mirada.

Entonces sentí algo más. Como un pequeño temblor en el pecho. Una pieza más del puzzle.

—¿Tú estabas allí, verdad? En una de esas noches… cuando me escondía de todo. No sé por qué, pero lo sentí.

Él no respondió. Solo asintió. Y por un instante supe que sí, que incluso cuando yo no sabía que necesitaba ser salvada, él había estado allí. Quizás no con este cuerpo, quizás no con esta voz… pero su presencia, su amor, había intentado protegerme siempre.

—Ahora ya no puedes esconderte, Lobo —dije sonriendo débilmente—. Ahora te tengo delante. Y aunque tenga miedo… te elijo.

Y él, mirándome con ese amor contenido, simplemente susurró:

—Y yo te elegí mucho antes de que tú supieras lo que significaba el amor.

Nos quedamos así. Mirándonos. Unidos no solo por el presente, sino por todas las vidas que habíamos compartido en silencio.


Continuará...

Comentarios