Capítulo 9 – Entre dos mundos

🌍 Click here to translate this chapter into your language.





 Desperté envuelta en una calma extraña, como si por primera vez en mucho tiempo mi alma hubiera dormido en paz. La habitación estaba bañada por una luz tenue y cálida. Lobo aún estaba ahí, recostado a mi lado, con los ojos cerrados, pero su respiración indicaba que no dormía. Lo supe porque, apenas me moví, sus labios murmuraron:

—Buenos días, tigresa.

Sonreí. Esa forma de llamarme, tan suya, tan cargada de algo que aún no comprendía del todo pero que me hacía sentir viva.

—¿Puedo preguntarte algo? —dije en voz baja.

—Siempre.

—¿Qué es el Shigaz? —solté, como quien lanza una piedra a un lago esperando que las ondas no lo destruyan todo.

Lobo se sentó despacio. La expresión en su rostro cambió. Ya no era la ternura de antes. Era gravedad. Era pasado.

—El Shigaz es… una fuerza. Una especie de... reflejo universal —explicó—. Se manifiesta cuando alguien está cerca de cambiar el rumbo de su vida, de hacer lo correcto, de avanzar. Pero si esa persona ha acumulado demasiada oscuridad en su alma, si ha sido quebrada una y otra vez sin sanar, el Shigaz aparece para probarla. Es un filtro, un obstáculo, pero también una oportunidad. No todos sobreviven.

—¿Y tú...? ¿También pasaste por eso?

Él asintió. Lentamente.

—En otra vida. Una muy distinta. Pero el precio fue alto. Me obligaron a llevar una doble vida. La organización me entrenó, me moldeó… Me llamaban Lobo por mi instinto, por mi resistencia, por mi forma de cazar verdades. Pero en este mundo…

—¿Cuál es tu verdadero nombre? —interrumpí, más bajito de lo que pensaba.

Me miró con una intensidad que me hizo temblar.

—Ian. Me llamo Ian en esta vida.

El nombre resonó dentro de mí como una clave secreta. Ian. Tan simple. Tan humano. Y, sin embargo, tan lleno de algo que me resultaba familiar. Quise repetirlo, saborearlo, hacerlo mío.

—Ian…

Él se acercó. No dijo nada más. Su mano tocó mi mejilla y sentí como si un huracán de memorias olvidadas quisiera abrirse paso. Le miré a los ojos, esos ojos claros que ahora me parecían faros en la tormenta. No lo pensé, simplemente ocurrió.

Nuestros labios se encontraron con una urgencia silenciosa, como si se hubieran buscado durante siglos. Fue un beso que quemaba, que curaba, que rompía cada muro que había levantado alrededor de mi corazón. No era un beso de deseo. Era uno de reconocimiento, de regreso. Como si por fin estuviéramos donde debíamos estar.

Al separarnos, quedamos con la frente apoyada, respirando el mismo aire.

—No puedo perderte —dije casi sin voz.

—Y no pienso dejarte —susurró Ian—. Aunque me cueste todo.

Entonces, la señora, mi otro yo, apareció en la puerta con una expresión serena. Asintió con la cabeza.

—Es hora de continuar —dijo—. Aún hay piezas que debemos juntar. Y más verdades que revelar…

Continuará...

Comentarios