Capitulo 6 - Donde habita el eco

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Cuando abrí los ojos, la luz era tenue y cálida. La habitación olía a madera y lavanda. Me encontraba recostada sobre un sofá viejo, cubierto por una manta gruesa. Las paredes estaban repletas de relojes antiguos que latían como si compartieran un mismo corazón. Uno de ellos marcaba la hora con un tic tac más fuerte que el resto.

—Has vuelto —dijo una voz suave. Era la mujer del mercado, la que ayudó a la chica del sueño, ahora tan real como yo.

Intenté incorporarme, pero un mareo me lo impidió.

—¿Dónde estoy?

—En un punto neutro. Un refugio —explicó—. Entre el mundo que conoces y lo que pronto sabrás.

Lobo apareció por la puerta con una taza caliente entre las manos. Me la ofreció sin decir nada, solo con la mirada. Me sentía rota, pero no sola. Algo había cambiado.

—No tenemos mucho tiempo —dijo, finalmente—. Están rastreándote.

—¿Quiénes? —pregunté.

—Aquellos que ven en ti el camino. Los que creen que puedes abrir lo que nadie más ha podido. Quieren que recuperes tus recuerdos, sí… pero bajo su control. Quieren usarte cuando estés más vulnerable. Cuando no sepas distinguir lo verdadero de lo impuesto.

—¿Abrir qué?

Lobo dudó. Entonces, la mujer se adelantó:

—Tus recuerdos. Tu alma guarda vidas enteras, secretos antiguos. Ellos quieren acceder a eso. Pero ya has empezado… y ahora tú decides cómo y con quién hacerlo. Sin manipulaciones.

Me sentí temblar. Las imágenes del baile, del espejo, de la herida… todo volvía. También retazos oscuros. Sensaciones de infancia que dolían, que aún no lograba comprender del todo, pero que pronto saldrían a la luz.

—¿Y tú? —le dije a Lobo—. ¿Por qué estás aquí?

Se acercó. Me tomó la mano con la misma ternura de aquella noche.

—Porque aún te quiero. Porque aún me importas. Porque aún me recuerdas, aunque no lo sepas.

Las lágrimas resbalaron sin permiso.

—Entonces, ayúdame a entender quién soy —le pedí.

Y por primera vez, Lobo no dudó. Se sentó a mi lado, sacó una caja de madera con símbolos tallados y la abrió. Dentro, fotos antiguas, cartas, un colgante idéntico al mío… y un espejo.

—Vamos a reconstruir el puzzle. Pero esta vez, juntas. Desde el principio. Algunas piezas te dolerán, otras te liberarán. Y en todas, está tu verdad.

Fuera, empezó a llover.

Dentro, comenzaba a sanar algo que durante años creí roto.

Continuará...

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